Un tipo desagradable

El Grito De Edvard Munch
el-grito-munch ¿Cuál hubiese sido el tuyo?

«ESTE  FUE EL MIO»

Era una fría tarde de invierno. Acababa de dar fin a una clase bastante más compleja que de costumbre. Me encontraba acompañada en el descansillo, a la espera del maldito monta cargas. “Con suerte evitaré bajar ciento cuatro peldaños”. Dije para mis adentros. Mientras tanto, me permití el antojo de echar un vistazo a mí alrededor. Aquel portal estaba descuidado, tenebroso y un olor nauseabundo penetraba mi curva nariz. Aún así, caminé sigilosa cubierta de pánico por aquel estrecho pasillo con las paredes impregnadas de mugre. Acabado el pasillo me encontré, una puerta roída y descerrajada  en la que pude observar, que por una rendija se escapaba un fluido viscoso color rojizo. Me acerqué  dispuesta a untar él dedo sobre aquella pasta pegajosa, pero  una voz  me lo impidió.

“¡Vamos, ya está aquí!”

En ese momento me encontraba tan inmersa en descubrir lo que había detrás de aquella  puerta, que por un instante  olvidé al compañero. Sacudí la cabeza para volver en sí.

“Baja sin mí” –dije en tono elevado y seguro.

La polea  descendió, entonces pude confirmar que él compañero había admitido mis palabras. Con decisión y sin hacer ruido empujé aquella puerta, una bocanada de aire podrido azotó mi cara provocándome una arcada.  La oscuridad era enorme, a tientas pude imaginar que me hallaba en un espacio reducido de menos de dos metros. Con la suela de mis zapatos pegadas en vomito, encendí el mechero para orientarme, de nuevo otra puerta, está permanecía entre abierta, y decidí colarme. El olor era el mismo, pero ya no tenía nada que vomitar. Asustada me escondí tras él sofá, lleno de telarañas en aquella cochambrosa y ruin habitación. Escuché varios quejidos y no precisamente de placer, me arrastré a gatas hasta  la pared, rasqué con la uña en una de las grietas de la  encalada pared, hasta llegar hacer un pequeño agujero.  Lo reconocí nada más verlo, aquella cara pálida, ojerosa y esa chaqueta azul oscura casi negra, llena de caspa, no sé correspondían con él conserje que yo conocía. La conducta me sorprendió; aquellos insultos acompañados de bofetadas, golpes y patadas hacía aquella pobre mujer indefensa, me lleno de rabia e impotencia así que me acerque despavorida hacia la habitación contigua y grite:

“¡Maldito, déjala ya!”

Él conserje quedó asombrando al verme allí, y se abalanzó sobre mí.  Como pude me defendí y cuando le tuve a mano coloqué una bolsa de plástico en la cabeza, y le oprimí con fuerza hasta hacerle caer rendido…

Éxito

 

 

De nuevo vuelvo a la carga je je. Bueno, en realidad nunca lo he dejado. Sin embargo no he publicado. A veces, solo a veces, es bueno tomar distancia.

Aquí os dejo mi pequeño relato:

(La parte más significativa de un iceberg es la que no se ve).

felicidadprimero

 

Después de aplicar una ducha de agua fría, se miró en el espejo y cubrió el cuello con un pañuelo de seda en tonos purpura, cómo si el invierno hubiese llegado. Se sentó en una silla de hierro cuyo asiento estaba roto, y esperó en la habitación. Una voz agradable la invitó a acomodarse en la  cama. Aurora resignada accedió, no era  la primera vez. Cuando se encontraron  cerca  el uno del otro, él caballero de pelo canoso dijo: “Bonito pañuelo el suyo” A lo que Aurora ruborizada contestó: “Gracias, un cliente me lo regaló”. “Debería quitárselo” Y empujó la cama hacía la puerta. Aurora cerró los ojos y confió en el nombre bordado. Era un nombre poco común, sin embargo a ella le resultó familiar. Por los pasillos corrían  las batas blancas. Ajenos, se dispusieron a entrar en la sala, fría cómo un témpano. Aurora castañeó  los dientes y seguidamente percibió como si el aguijón de una avispa le hubiese picado, y poco a poco quedó dormida. Después de la intervención los nódulos tiroideos alojados en el cuello, desaparecen. La operación resultó  ser todo un éxito. A continuación colocó el pañuelo de seda en tonos purpura.

 

 

Cosas de Dos

LA MORFOLOGÍA DEL CUENTO DE VLADÍMIR PROPP.

Vladímir Propp (1895-1970) fue un profesor ruso que hizo un profundo estudio de los cuentos populares de su país.

Veamos parte de las 31 funciones de Propp.Vladimir_Propp_(1928_year)

1- ALEJAMIENTO. ALGUNO DE LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA SE ALEJA DE

LA CASA.

2-PROHIBICIÓN. UN PERSONAJE RECIBE UNA PROHIBICIÓN O UNA ORDEN.

3-TRANSGRESIÓN. LA ORDEN ES TRANSGREDIDA.

4-INTERROGATORIO. EL VILLANO INTENTA OBTENER INFORMACIÓN.

5-INFORMACIÓN. EL VILLANO RECIBE INFORMACIÓN SOBRE SU VÍCTIMA.

De momento, trabajaremos con algunas de ellas.

50_Portada

Los neumáticos  mojados chirrían  por el asfalto de la autopista. Pedro como de costumbre aprieta el pedal del acelerador. La aguja sube. Alicia refunfuña, odia la velocidad. Pedro intenta acariciar el muslo de su mujer y así apaciguar el enfado. Ella retira la mano, gira la cabeza y fija su mirada tras el cristal. A través de  él se pueden apreciar; valles verdes, riachuelos empedrados, vacas y algún que otro caballo salvaje. Pedro tararea una canción de los años ochenta y esboza una carcajada. A la vez que su dedo índice se introduce por el orificio de su nariz. Alicia posee un séptimo sentido y voltea su cabeza. Con tan solo una mueca  debilita  la opción a Pedro de  pegar el moco en el asiento. El moco se revela y no se despega del dedo.  Este sacude su mano y el moco va a parar a la mejilla sonrosada de Alicia. Despavorida gruñe y grita cómo una niña. Intenta quitárselo con la punta de su uña y se araña la piel. Vuelve a gritar, esta vez más alto. Pedro entre risas le aconseja que se tranquilice, y le hace saber que tan solo es un moco. Asqueroso, pero un moco. Ella rehúye sus palabras y pone morros. El silencio se apodera de ambos. Pero tan solo por unos minutos. Pedro vuelve a poner música de los años ochenta. Gratos recuerdos vienen a la mente de ambos.  A uno de los dos se le ha metido, una pestaña en el lagrimal. O eso es lo que dicen. Aún quedan kilómetros por recorrer.

Alicia aún con morros reprocha a Pedro que  no ha sido una buena idea el venir, a pasar un fin de semana con  amigos. Pues son muchos y entre ellos se encuentra Clara. Y de todos es sabido que es una zorra embaucadora de hombres.  Pues desde que se ha separado no hace otra cosa que provocar a todo aquel que tímidamente se acerca a ella. Hasta volverlo loco. Pedro ríe e intenta disimular. Dispersa  sus palabras cambiando de tema. Pero ella insiste con preguntas absurdas o no tan absurdas. Pedro sigue a lo suyo, sin soltar las manos del volante. El móvil que está situado en el salpicadero empieza a vibrar. Alicia alarga su mano y lo lleva junto a ella. Pedro se lo impide. El forcejeo de ambos hace oscilar el vehículo hacía el arcén. Apunto han estado de cometer un accidente, y discuten. Alicia ha leído el mensaje de la zorra embaucadora y devuelve el móvil. De nuevo callan. Apenas queda un kilometro para estar todos juntos. Pedro, Alicia, la bruja, el don Juan Alfonso y catorce amigos más.

Pedro reduce la marcha y se adentra hacía un camino embarrado. A ambos lados hay viñedos y a lo lejos se ve, el portón de entrada a la finca. El aparcamiento está ocupado. Alicia decide bajar su maleta, mientras Pedro consigue aparcamiento. Alicia empuña el picaporte de la puerta y empuja suavemente. Allí en el salón se encuentran todos. Todos menos Clara. Está nerviosa y duda de su ausencia. Entre saludos, besos y abrazos relaja su tensión. Todos preguntan por Pedro, y ella pregunta por Clara. Nadie sabe dónde está. De nuevo la puerta se abre, es Pedro acompañado de Clara. Sus caras son divertidas y muy risueñas. La de Alicia no lo es tanto, y se acerca a ellos, siguen con risas y tratan de ignorarla. Alfonso el Don Juan del grupo, yace sentado en el sofá tomando una copa, y cómo buen observador que es, sé percata de las miradas . Y decide entran en acción. Su verborrea no pasa desapercibida para ninguna de las dos mujeres. Pero Clara no ceja en su empeño. Alicia da por perdida la batalla. Alfonso y Alicia son dos estrategas y deciden actuar.

Continuara…

 

Los banqueros

banqueros_thumb

 

 

Relato semejante a los relatos que escribe PETER BICHSEL (escritor y periodista suizo)

 
Los banqueros se tocan las pelotas por debajo de la mesa y dicen estar muy ocupados. La señora Morris sabe muy bien que los banqueros se tocan las pelotas. Los banqueros tienen sobre sus mesas infinidad de papeles. La señora Morris sabe muy bien que las mesas están abarrotadas de papeles y muchos de esos papeles no sirven de nada. Los banqueros tienen las pantallas del los ordenadores manchadas de huellas dactilares y las letras de los teclados están roñosas. La señora Morris eso también lo sabe, y también sabe el producto que debe utilizar. Los banqueros no solo tiran papel a la papelera. La señora Morris algún día desvelará el secreto de todas las cosas que tiran los banqueros a la papelera.

Área de servicio

Tras dedicarme a pintar naranjas en atardeceres. De nuevo retomo, papel y lápiz.

                                                   ÁREA DE SERVICIO

1292555748by8Phy
Son las seis en punto de la madrugada. Afuera hace frío y ha empezado a llover. Suena el despertador de Aretino. La voz de Fátima se oye a lo lejos. Es su mujer. Ella duerme en la parte norte de la casa, en la planta de arriba. A sus cuarenta y cinco años, posee fibromialgia (dolor musculo esquelético) y fatiga crónica. Aretino, lleva años durmiendo solo en la planta de abajo, en compañía de su perro Raimon. Un labrador de tez chocolate de tan solo dos años. La hija de ambos duerme en la boardilla, rodeada de peluches y muñecas.
De nuevo, Fátima grita:
– ¡Llegarás tarde!
-Ya te he oído.- Responde malhumorado.
Raimon, mueve el rabo al oír la voz de su amo, sabe que dará un paseo. Sentado en la cama, pone los pies encima de la alfombra. Las tuberías pasan por ahí, y los mismos lo agradecen. Las yemas de sus dedos agrietados, acaricia el lomo peludo.
-¡Vamos campeón! ¡Vamos fuera!
Aretino se pone el abrigo encima del pijama y el gorro de lana a rayas grises, en su mano izquierda empuña el mango de un paraguas. En el cristal que hay situado junto a la puerta de entrada, se pueden aprecian gotas de lluvia.
Él paseo tarda cuatro bocanadas de humo. Una vez dentro de casa, Aretino se dispone a cubrir su enjuto cuerpo con la ropa de trabajo (manchada de grasa con olor a gasolina)
-¡De nuevo llegas tarde! Si vuelve a repetirse tendré que despedirte. – Exclamo enfurecido (su jefe).
Claudio es un hombre de compresión fuerte y semblante fúnebre. Cada día llora un rato en silencio, escondido tras los bidones de gasolina. Después, seca sus lágrimas y suena sus mocos con cualquier trapo próximo a él.
La vergüenza se dibuja en el rostro de Aretino, y con la cabeza agachada coge el surtido de gasolina, para atender a su primer cliente.
-¡Buenos días! ¿Cuánto le pongo? Del vehículo se dispone a bajar un caballero maduro muy bien vestido, pero la voz de una joven en la parte trasera del mismo, llama su atención. Aretino, espera con la mirada fija. No puede dar crédito a lo que sus ojos ven. – ¡Es preciosa!-susurra entre dientes. Su piel morena, ojos verdes y ese pelo ensortijado le hacen temblar.-Oh Dios mío, y ahora-, mueve la cabeza en mi dirección, aunque no está mirando directamente. Veo el inicio de su sonrisa, y luego, el lento movimiento de su lengua moviéndose, para humedecerse los labios. No sé qué pensará, pero algo agradable ha de ser. Estoy duro como una roca. La bragueta me va a estallar.
El caballero se disculpa por el retraso ocasionado, y explica a Aretino que su hija es muy caprichosa, y que se acercará a la cafetería. Allí está Claudio, él mismo, le sirve un café cortado sin azúcar y un paquete de chicles. Aretino tiene paralizada la entrepierna y la mano temblorosa, aún así, logra echar gasolina. La jovencita baja el cristal de la ventanilla, y extiende su mano para llamar su atención. Él se acerca, aún no ha podido descifrar su edad.- ¡oh! Es una adolescente, podría ser realmente mi hija. Mis pensamientos han ido más rápidos que mi sentido.
Se oye el ruido del motor y el claxon de una moto. Resignado sigue su trabajo, aún le espera un duro día. Escurre la bayeta para volver a repasar los cristales y seguidamente llena el cubo, pero Aretino está distraído y trabaja lento. Su jefe se percata del comportamiento y se lo hace saber. Las voces penetran los cristales y un portazo acaba con los mismos. Mientras tanto, los clientes esperan impacientes. Nervioso y con las orejas gachas Aretino reanuda su trabajo.
-Buenas tardes, ¿Cuánto le pongo?
Y así pasa, sus últimas horas de trabajo.
Nada más llegar a casa el tintineo de llave en su bolsillo, despiertan a Raimon. Que se abalanza sobre él, moviendo el rabo.
-¡Qué pasa campeón! ¿Me has echado de menos?
Raimon ladra. Fátima no sé inmuta y permanece sentada con un libro entre sus manos. Por un instante sus miradas se entrecruzan, y él, de nuevo, vuelve a ver la imagen de la jovencita adolescente reflejada en Fátima .Se acerca a ella e intentada besarla.
-¡Qué haces!, déjame. –Exclamó sorprendida.
Aretino se echa hacía atrás sin saber realmente que es lo que a echo. Está sumamente confundido, no puede borrar la imagen de aquella preciosa joven, y decide salir a caminar. Duda qué dirección tomar, si calle abajo, en el que se encuentra la avenida principal (rodeada de parques), o por el contrarío dirigirse a la famosa calle (las tetas), donde las señoritas permanecen desnudas, de cintura para arriba. Tomada la decisión, reanuda su camino. Son pocos los minutos que tarda en estar rodeado de bellas jóvenes subidas en sus acharolados tacones. Apoyado en la barra con unas cuantas copas de más, puede observar cómo una de las jóvenes le saluda. Intenta ir hacía ella, pero su embriaguez no sé lo permite, y es ella la que se acerca hasta él.

-¡Buenas noches!, Caballero. Me alegra volver a verlo. ¡Qué casualidad!, ¿Ha venido en busca mía?- Pregunta la joven en tono chulesco.
Atónito sin poder articular palabra, esboza una grata sonrisa. La joven se acerca un poco más y Aretino con su mano, rodea su cintura. Ahora están totalmente juntos. Aquello que parecía imposible, ahora es realidad. Las respiraciones de ambos se han agitado y sus lenguas están poseídas. Aún queda una larga noche. Tiene los ojos abiertos y no está cabizbajo.

No todo vale

Una-anciana-trata-de-conseguir_54090174998_51351706917_600_226

Mientras todos dormían en el lúgubre caserón y el viento azotaba las ramas secas del jardín, Celia sentaba bajo el cobertizo aferrada a su cartón de vino tosía flemas, y entretanto reflexionaba donde podría ocultar todas aquellas reliquias y ropa vieja. Un dedo se abría paso entre la costura de su zapatilla y el olor de la misma era perpetuo. Ninguno de los habitantes de la casa debía sospechar. Fumaba un cigarro tras otro y echaba las colillas dentro de un bote de hojalata que más tarde guardaría con todos aquellos cachivaches. Aquella noche sería bastante más dura de la imaginada, el glacial calaba sus arqueados huesos. Sin embargo recorrió una tras otra las calles del pueblo en busca de un contenedor para zambullirse. Sin orden arrojaba al exterior todo aquello que le resultara llamativo, ayudaba de un palo largo y en la punta de este un gancho, el mismo que empuñaba con su mano derecha. Todo valía, un patinete de una sola rueda, la jaula de una cobaya, un ventilador sin aspas, y el cepillo de dientes mordido. Incorporaba su cuerpo hacía el exterior, y bajo la luz tenue de una farola allí amontonaba todo. La noche se echaba encima y tendría que regresar.
En el desayuno el nieto preguntaba con insistencia: si había dormido bien, o por el contrario el viento la había despertado. Celia omitía las preguntas del niño escondida bajo la taza de café. Más tarde halló las llaves del garaje, y sin perder tiempo cubrió todas las pertenecías recopiladas. Escuchó pisadas en el suelo resquebrajado, y se escondió tras la puerta. Era su nieto. Cerca del niño y bajo la manta andrajosa asomaba la única rueda del patinete que llamó la atención del pequeño. Celia se percató de la atenta mirada, y apagó luz. El niño asustado salió corriendo del aquel garaje tenebroso. Gotas de sudor cayeron por su frente al presenciar la escena. Cerró la puerta y seguidamente se acomodo en el salón para fisgonear los cajones. Rebuscando encontró un tarjetero y entre las muchas tarjetas pudo leer: residencia tercera edad. Su rostro palideció y su mente quedó bloqueada preguntándose ¿A quién sino a mí, podrían llevar?